
“…y el lecho matrimonial se convirtió en un mar de sangre: técnica, modernidad capitalista y escasez artificial”
Rodrigo Munguía Rodríguez: Nacido en la Ciudad de México. Licenciado en Filosofía por la Universidad del Claustro de Sor Juana. Titulante de Historia en la Facultad de Filosofía y Letras, en la UNAM. Estudiante de la Maestría en Estudios en Psicoanálisis en la Universidad del Claustro de Sor Juana. Entre sus publicaciones destacan “Lo político, la didáctica y la docencia”, artículo contenido en la revista Versiones de la Universidad de Antioquia, Colombia, entre otras. Sus líneas de investigación son la ética, la filosofía política y la filosofía de la historia. Docente en la Universidad del Claustro de Sor Juana en el Colegio de Arte y Cultura.
“…y el lecho matrimonial se convirtió en un mar de sangre: técnica, modernidad capitalista y escasez artificial”
Hacia el final de mi artículo titulado “Bioética, Biotecnologías: la salud y el problema de la justicia distributiva en la sociedad globalizada”, mencionaba el interés por analizar, desde la filosofía de Bolívar Echeverría, algunas de las implicaciones que se desprendían de, precisamente, el concepto de “justicia distributiva” en el marco de la denominada “modernidad capitalista”.[1] El presente trabajo intenta cumplir ese cometido, es decir, a partir de la revisión de algunas de las ideas del filósofo ecuatoriano, reflexionar sobre el cómo y el por qué de la producción y distribución de bienes, poniendo especial atención en las implicaciones y las consecuencias que trae consigo la técnica capitalista.
Quizá lo primero que tendríamos que hacer es preguntarnos lo siguiente: desde la filosofía de Bolívar Echeverría, ¿qué podemos entender por “modernidad”? Pues bien, para el filósofo ecuatoriano, la modernidad tendría que ver con un momento de ruptura con respecto a lo “tradicional”; un momento histórico en el que, por medio de lo que él llamará la “neotécnica”, el ser humano entra en un proyecto civilizatorio con tendencia a la emancipación. El fenómeno de la modernidad para Echeverría podría ser caracterizado por medio de tres elementos: la técnica científica, la secularización de lo político y el individualismo. Ahora bien, lo que me parece sustancial retomar en este punto de la exposición es el carácter de lo técnico-científico, ya que es a partir de aquí desde donde aparecerá el carácter de lo emancipatorio por medio de la “neotécnica”, ya que las perspectivas que se abren en este momento histórico con el advenimiento del proyecto civilizatorio que encarnó la modernidad constituirá toda una nueva forma de pensar la vida, incluyendo la relación del ser humano con la naturaleza y con otros seres humanos. El descubrimiento de la “neotécnica” incluso se asemejó a lo acontecido en la llamada “revolución neolítica”, y Bolívar Echeverría lo dice en los siguientes términos:
Se trata de un giro radical que implica reubicar la clave de la productividad del trabajo humano, situarla en la capacidad de decidir sobre la introducción de nuevos medios de producción, de promover la transformación de la estructura técnica del aparataje instrumental. Con este giro, el secreto de la productividad del trabajo humano va a dejar de residir, como venía sucediendo en toda la era neolítica, en el descubrimiento fortuito o espontáneo de nuevos instrumentos copiados de la naturaleza y en el uso de los mismos, y va a comenzar a residir en la capacidad de emprender premeditadamente la invención de esos instrumentos nuevos y de las correspondientes nuevas técnicas de producción.[2]
Como podemos observar, lo que posibilita esta “neotécnica” es la capacidad del ser humano de establecer nuevas formas de producción en las cuales el factor de lo azaroso o de los contratiempos a los que nos enfrentamos con esa otredad de “lo natural” cada vez se ven más disminuidos. En otras palabras, por medio de la “neotécnica”, la modernidad se muestra como el momento histórico en el que el ser humano comenzaba a posicionarse, cada vez, como dueño de su propio destino:
Desde mi punto de vista, lo principal de este recentramiento tecnológico está en que con él se inaugura la posibilidad de que la sociedad humana pueda construir su vida civilizada sobre una base por completo diferente de interacción entre lo humano y lo otro o “natural”, sobre una interacción que parte de una escasez sólo relativa de la riqueza natural, y no como debieron hacerlo tradicionalmente las sociedades arcaicas, sobre una interacción que se movía en medio de la escasez absoluta de esa riqueza natural.[3]
La pregunta que ahí podríamos hacernos es la siguiente: si todo esto era lo que implicaba el proyecto de la modernidad, ¿qué pasó? Al echar una mirada sobre nuestra actualidad, y en general, sobre la historia del mundo desde hace ya varios siglos, caemos en cuenta de que dicho proyecto no sólo no se cumplió, sino que, parece que incluso se ha ido acercando cada vez más al polo opuesto de ese proyecto civilizatorio. Tomemos, por ejemplo, la situación ambiental que experimenta todo nuestro planeta en estos momentos. No sólo hablamos del “calentamiento global”, que sería, hoy por hoy, uno de los factores medioambientales que amenaza con desaparecer a la raza humana en el mediano plazo, sino que también podemos observar la desaparición de enormes hectáreas de selvas, bosques y manglares, ingentes índices de contaminación en tierra, mar y aire (sólo hace falta pensar en la infame “Isla de la basura” ubicada en el Océano Pacífico, o en ciudades como Linfen en China, considerada en 2006 como la ciudad más contaminada del mundo), la extinción acelerada de cientos de especies animales, entre muchas otras cuestiones que apuntan a la destrucción a gran escala de nuestro entorno. Pensemos, como lo mencioné más arriba, de cómo es que nos hemos ido acercando de manera peligrosa a la antípoda del proyecto civilizatorio que proponía la modernidad por medio de la técnica. Citemos de nueva cuenta a Bolívar Echeverría para leer cómo se pensaba la relación con “lo natural” en el proyecto moderno:
A mi modo de ver, con esa revolución de la neotécnica que se iniciaría en el siglo XI aparece, por primera vez en la historia, la posibilidad de que la interacción del ser humano y lo otro deje de estar dirigida a la eliminación de uno de los dos, para establecerse una colaboración entre ambos con el fin de inventar o crear, precisamente dentro de lo otro, formas hasta entonces inexistentes en él: la posibilidad de que el trabajo humano no se autodiseñe como un arma para dominar a la naturaleza en el propio cuerpo humano y en la realidad exterior; de que la sujetidad humana no implique la anulación de la sujetidad – inevitablemente misteriosa – de lo otro.[4]
Ciertamente, eso no aconteció, y es que sucedió algo con el proyecto de la modernidad, a saber, que se convirtió en una modernidad capitalista. Aquí se vuelve indispensable preguntarnos por la génesis del modo de producción capitalista en tanto fenómeno histórico, para posteriormente comprender cómo es que la modernidad se volvió en modernidad capitalista, es decir, que “el lecho matrimonial se convirtió en un mar de sangre”.
La acumulación originaria, tal y como la define Marx, es el “punto de partida del régimen capitalista de producción”.[5] Ahora bien, esta respuesta así no nos aporta demasiada información, por lo que se debe amplificar con la siguiente información: “La llamada acumulación originaria no es, pues, más que el proceso histórico de disociación entre el productor y los medios de producción”.[6] Vale la pena mencionar un hecho fundamental en la cita anterior, a saber, que al hablar de la acumulación originaria, misma que dará origen posteriormente a la acumulación capitalista, nos estamos refiriendo a un proceso histórico. Este último punto será de suma importancia para poder comprender todo el pensamiento de Marx, ya que, si el modo de producción capitalista tiene su origen en un hecho histórico, el propio modo de producción capitalista posee un carácter transitorio. No existe un capitalismo sempiterno, ya que, si éste se encuentra determinado por un hecho histórico tal como la acumulación originaria, ello implica su carácter contingente. En otras palabras: no hubo nunca una necesidad de la aparición del capitalismo, ni existe una necesidad de su existencia “por los siglos de los siglos”, una visión contrapuesta a aquella que se expone en un pensamiento como el de Francis Fukuyama en ¿El fin de la historia?[7].
El capital surge, entonces, como la disociación existente entre los medios de producción y la fuerza de trabajo, lo que origina un hecho fundamental que será, de hecho, la característica ineludible para poder hablar de capitalismo: la transformación de la fuerza de trabajo en una mercancía. El texto de Maurice Dobb titulado Estudios sobre el desarrollo del capitalismo comienza con una discusión sobre dónde y de qué manera podemos situar los inicios del modo de producción capitalista. El debate es más difícil de lo que parece, porque mientras que existen autores que piensan que el capitalismo puede encontrarse sólo hasta la época de la Revolución Industrial en el siglo XVIII, hay otros que se atreven a situar al capitalismo desde la antigua Roma. Sin embargo, y para no extendernos en aquella complicada querella, estaremos de acuerdo con Dobb cuando éste nos dice que no es el comercio a gran escala, ni el afán de ganancia, ni la importancia de un sistema monetario lo que define el hecho fundamental de modo de producción capitalista, sino que es la transformación de la fuerza de trabajo en una mercancía lo que define el surgimiento del capitalismo.[8] Este acontecimiento será indispensable, ya que, sin la disociación existente entre medios de producción y fuerza de trabajo – la división entre productor y medios de producción, que es aquello en lo que, como nos lo dijo Marx, consistió la acumulación originaria –, la fuerza de trabajo no deviene en mercancía, y sin la fuerza de trabajo concebida como una mercancía, no tendría lugar el proceso que constituye toda la base del modo de producción capitalista, a saber, la extracción de la plusvalía. En consecuencia, y para responder la pregunta sobre la vigencia de la acumulación originaria, y de paso sobre la vigencia del pensamiento de Marx, mientras exista el capital, existirá la disociación entre fuerza de trabajo y medios de producción, lo que dará lugar a la mercantilización de la fuerza de trabajo, lo que posibilitará la extracción de plusvalía y, finalmente, la acumulación capitalista.
Aquí encontramos la forma inherentemente contradictoria que guarda la modernidad capitalista, entendiendo a ésta como una modernidad que se traiciona a sí misma y que, en consecuencia, engendra una serie de contradicciones encarnadas en la lógica del modo de producción capitalista: valor de uso y valor de cambio, fuerza de trabajo y medios de producción, capital constante y capital variable, trabajo y trabajo alienado, fuerzas productivas y relaciones de producción, dinero y capital, etc. Para decirlo todo, esta modernidad traicionada, escindida, tuvo los efectos contrarios a aquellos que se plantearon en un primer momento: el ser humano no se emancipó por medio de la técnica, sino que se volvió un esclavo de la técnica capitalista. Los efectos destructivos que actualmente tiene el capitalismo sobre la vida de los seres humanos y de otras especies puede ser bien comprendido a partir de este aspecto: la técnica capitalista nunca pregunta qué es lo que se requiere producir ni cómo distribuir esa producción, sino que sólo existe con la finalidad de la acumulación de masas cada vez más grandes de capital, como puede verse en las transformaciones que indican las fórmulas clásicas de la transformación del dinero en capital, donde de la primera de ellas (D – M – D) llegamos a la segunda (D – M – D’) y de la que surgirá posteriormente el capital (C – C’), entendiendo que éste, por definición, sólo se tiene a sí mismo como objetivo de la producción. En el proceso de la acumulación capitalista, la técnica capitalista deshecha cualquier otra técnica alternativa, posicionándose a ella misma como la única técnica posible. Será el capital el que defina la vida de los seres humanos, teniendo resultados catastróficos, como lo podemos constatar en nuestra propia experiencia.
III.
Aún faltan por explorar muchas de las consecuencias de lo dicho hasta aquí, sobre todo aquellas que tienen que ver con lo que se conoce como “ecomarxismo” o marxismo ecológico. Una lectura del texto de James O’Connor titulado Causas naturales[9] abre las puertas a una serie de reflexiones pertinentes y urgentes, por lo que planeo un tercer artículo en donde se continúe la presente discusión. Por el momento, terminemos el presente texto con una cita del propio Bolívar Echeverría:
La vida moderna debió sin embargo escoger para ello una vía de efectos contradictorios y a la postre desastrosos, la que le lleva a organizarse en obediencia a los requerimientos productivos y consultivos de un mercado dominado por la acumulación del capital. Debió darse forma de acuerdo al modo capitalista de reproducción de la riqueza; un modo que conduce al mismo tiempo a dos resultados excluyentes entre sí: a potenciar la eficacia de la vida natural humana – las “fuerzas productivas subjetivas y objetivas” – pero también a sacrificarla, a negarla en su autonomía.[10]
Bibliografía:
- Dobb, Maurice, Estudios sobre el desarrollo del capitalismo, Decimoprimera edición, Siglo XXI, México, 1979
- Echeverría, Bolívar, ¿Qué es la modernidad?, Cuadernos del seminario Modernidad: versiones y dimensiones, Cuaderno 1, UNAM, México, 2013.
- ________________, Valor de uso y utopía, Segunda reimpresión, Siglo XXI, México, 2012
- Fukuyama, Francis, ¿El fin de la Historia? Y otros ensayos, Alianza Editorial, El libro de bolsillo, Madrid, 2015.
- Marx, Karl, El capital. Crítica de la Economía Política, Quinta reimpresión, Fondo de Cultura Económica, Economía, México, 2009.
[1] Cfr: Munguía Rodríguez, Rodrigo, “Bioética, Biotecnologías: la salud y el problema de la justicia distributiva en la sociedad globalizada”, Agnosia, México, Año 1, Núm. 4, septiembre- diciembre, 2018, Reflexión Especular.
[2] Echeverría, Bolívar, ¿Qué es la modernidad?, Cuadernos del seminario Modernidad: versiones y dimensiones, Cuaderno 1, UNAM, México, 2013, p. 17.
[3] Ídem.
[4] Ibíd., p. 18.
[5] Marx, Karl, El capital. Crítica de la Economía Política, Quinta reimpresión, Fondo de Cultura Económica, Economía, México, 2009, p. 607.
[6] Ibíd., p. 608.
[7] Fukuyama, Francis, ¿El fin de la Historia? Y otros ensayos, Alianza Editorial, El libro de bolsillo, Madrid, 2015.
[8] Dobb, Maurice, Estudios sobre el desarrollo del capitalismo, Decimoprimera edición, Siglo XXI, México, 1979.
[9] O'Connor, James, Causas naturales. Ensayos de marxismo ecológico, Siglo XXI, Ambiente y democracia, México, 2001.
[10] “Echeverría, Bolívar, “La modernidad como ‘decadencia’” en Valor de uso y utopía, Segunda reimpresión, Siglo XXI, México, 2012, p. 27.