Volver al pasado
Relación entre espacio de experiencias y horizontes de expectativas

Volver al pasado
Relación entre espacio de experiencias y horizontes de expectativas

Florencia Bustingorry

Semblanza

 

Florencia Bustingorry es doctora de la Universidad de Buenos Aires, con mención en Antropología. Magíster en Ciencia Política y Sociología de la Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales, Argentina. Licenciada y Profesora en Comunicación Social, Universidad Nacional del Centro de la Provincia de Buenos Aires, Argentina. Se ha especializado en estudios sobre memoria social, derechos humanos, metodología de la investigación, análisis del discurso político.

Profesora-investigadora de tiempo completo en el Colegio de Comunicación - Universidad del Claustro de Sor Juana. Miembro del Sistema Nacional de Investigadores- Candidata 2020-2022.

 

Introducción

El año 2020 parece signado por la pandemia de COVID-19. A nivel mundial este tema ha suscitado múltiples problemáticas, algunas de ellas son: pérdida de innumerables vidas, crisis del sistema sanitario, las economías se han visto gravemente afectadas. Nuestra cotidianidad está atravesada por este fenómeno: desde las relaciones interpersonales, hasta el uso del tiempo son algunos aspectos que están siendo trastocados. Los discursos que se articulan en el espacio social oscilan entre perspectivas apocalípticas hasta esperanzas en grandes cambios en la humanidad.

Uno de los tópicos que ha estado en cuestión es la construcción de una noción de normalidad y la elaboración de horizontes de expectativas en relación con la “nueva normalidad”. Mucho se ha especulado y teorizado sobre las causas de esta pandemia, los responsables de su expansión y se configuran múltiples escenarios sobre el día después del hallazgo efectivo de una vacuna o una cura para el Covid-19. En relación con esto es que nos interesa abordar, en términos conceptuales, algunas categorías que nos pueden ser útiles para reflexionar sobre la modernidad, la memoria y la relación entre presente, pasado y futuro en este proceso. Partimos de la noción de modernidad de Reinhart Koselleck (1993) quien indica que la misma se sostiene en dos principios: espacio de experiencias y horizonte de expectativas, estos dos planos se relacionan en un nivel de reciprocidad, no existe uno sin el otro.

Nos interesa indagar el concepto de modernidad, su relación con la nostalgia por un pasado que se considera mejor y la búsqueda de la estabilidad perdida a partir del concepto de “nueva normalidad”. Para esto definiremos en primer término el concepto de memoria, haciendo hincapié en la relación entre presente, pasado y futuro.

Memorias persistentes

La problemática de la memora ha sido objeto de múltiples abordajes. En este trabajo partimos del concepto expuesto por Elizabeth Jelin, cuando considera que la memoria es una representación del pasado que:

“Se produce en tanto hay sujetos que comparten una cultura, en tanto hay agentes sociales que intentan ́ ́materializar ́ ́ estos sentidos del pasado en diversos productos culturales que son concebidos como, o que se convierten en, vehículos de la memoria, tales como libros, museos, monumentos, películas o libros de historia. También se manifiesta en actuaciones y expresiones que, antes que re-presentar el pasado, lo incorporan performativamente” (Van Alphen, 1997, citado en Jelin, 2002, p. 37).

En las sociedades contemporáneas puede observarse un fuerte afán por recuperar y exponer la memoria de los hechos del pasado. Esto se manifiesta en actos conmemorativos de sucesos históricos, en la creación de monumentos, recordatorios de todo tipo y en el incremento de estudios sobre el tema. Respecto de este auge de la problemática de la memoria a nivel social (también llamada por algunos autores “obsesión por la memoria”), Pierre Nora considera que se vive un “recalentamiento del presente”. Ante los cambios que impone un mundo globalizado y la constante pérdida de los sentidos tradicionales de pertenencia, distintos grupos sociales oponen el temor ante un pasado que parece desvanecerse en el instante del presente [y que se presenta como estable] y un futuro que se visualiza como incierto a través de la estrategia de la conmemoración y de la “vuelta al pasado” permanente (Nora, 1997). Como se puede observar en estas posturas está presente la idea de cierto temor de los grupos sociales ante la incertidumbre del presente [y sobre todo del futuro] y la consecuente idealización del pasado, sus protagonistas y los valores que encarnan.

En su texto “Los abusos de la memoria” Tzvetan Todorov (2000) da cuenta del proceso de furor por las conmemoraciones que se vive en las sociedades contemporáneas y dice que existen dos maneras de recuperar los procesos pasados: por un lado en forma lineal y por otro de manera ejemplar. La primera remite al rescate de acontecimientos singulares que tienen una continuidad en el tiempo presente, manteniendo la idea de linealidad entre pasado y presente. Por otro lado la memoria ejemplar se ubica por sobre el acontecimiento, reconoce su particularidad, pero abre el recuerdo a la analogía y a la generalización y permite extraer de eso una lección para el presente. El autor considera que la memoria ejemplar permitiría convertir al pasado en lección y en principio de acción.

En relación con este tópico Vicente Palermo (2004) explica este fenómeno a través del concepto de memoria fijada. Esta noción tiene que ver con una peculiar reunión del pasado y del presente, “Es una suerte de híper memoria en tanto determina por completo el presente (...) transformada en irreductible exigencia condicionante de todo vínculo” (Palermo, 2004, p. 174). Desde esta perspectiva, en este proceso se elabora un “exceso de memoria”, que conduce a una acción expresiva de reiteración ritual. Esta reiteración ritual conllevaría sus propios olvidos.

Asimismo, Enzo Traverso, en su texto “El pasado, instrucciones para su uso. Historia, memoria, política” (2000), plantea que la obsesión memorística es producto del declive de la experiencia transmitida, en un contexto en el que se han perdido los referentes, ha primado la violencia y han entrado en crisis las tradiciones. El autor retoma la distinción establecida por Walter Benjamin entre la “experiencia transmitida” y la “experiencia vivida” para considerar que la primera entra en crisis a partir de las catástrofes del siglo XX, sobre todo la Primera Guerra Mundial y luego el genocidio judío. Esta “obsesión por la memoria” se hace evidente a través de distintos ritos conmemorativos. Tradicionalmente –en las sociedades occidentales- los ritos y monumentos funerarios celebraban la trascendencia cristiana, esto se trasformó en la modernidad secularizando las conmemoraciones a favor de los vivos.

Sobre este tema Elizabeth Jelin (2002) considera que los procesos de construcción de la memoria suponen representaciones sobre el tiempo y el espacio, que son culturalmente variables y que tienen una historicidad. Todo acto de rememoración de un acontecimiento se expresa en una cierta narrativa, una forma en que los sujetos elaboran sentidos sobre el pasado (Jelin, 2002)

“Esta construcción tiene dos notas centrales. Primero, el pasado cobra sentido en su enlace con el presente en el acto de rememorar/olvidar. Segundo, esta interrogación sobre el pasado es un proceso subjetivo; es siempre activo y construido socialmente en diálogo e interacción. El acto de rememorar presupone tener una experiencia pasada que se activa en el presente, por un deseo o un sufrimiento, unidos a veces a la intención de comunicarla” (Jelin, 2002, p. 27).

Se evoca el pasado desde el presente, la rememoración tiene una función social y también implica una acción, una intención de traer el pasado al presente, de otorgarle un sentido renovado.

Modernidad divino tesoro

Como planteamos al principio, otro de los conceptos que abordaremos es el de modernidad. La misma ha sido concebida desde distintas perspectivas, múltiples autores han estudiado esta temática y el debate es amplio respecto de su carácter y período que abarca. En este trabajo vamos a partir de la definición de Anthony Giddens (1993), quien considera que la modernidad es un fenómeno de “doble filo”: por un lado, el desarrollo de las instituciones sociales modernas crearon las condiciones de una vida más seguras para los seres humanos y por otro, el sistema genera los mecanismos que podrían llevarlo a la destrucción y que también le permiten reproducirse.

Por su parte, Reinhart Koselleck define a la modernidad tomando como ejes dos procesos: el espacio de experiencias y el horizonte de expectativas. Estos dos planos se relacionan en un nivel de reciprocidad, no existe uno sin el otro. La experiencia es un pasado presente, “cuyos acontecimientos han sido incorporados y pueden ser recordados”, y, por otro lado la expectativa se da en el presente, con lo cual sería un futuro hecho presente y está ligada a lo todavía no hecho, a lo no experimentado (Koselleck, 1993). El autor plantea como tesis que en la modernidad aumenta la distancia entre experiencia y expectativa, y se concibe como un momento en el que las expectativas aplazadas se alejaron de las experiencias anteriores.

En relación con esta idea, Andreas Huyssen (2001) considera que a partir de 1980 el foco pasó de estos futuros presentes hacia pretéritos presentes, el interés hacia el futuro (característico de la modernidad) dio paso a un contexto en el que el pasado ha ocupado la preocupación central de las sociedades occidentales, en lo que algunos autores dieron en llamar la “obsesión por la memoria”, como planteamos antes. Nostalgia por el pasado, pero también por un mundo que está idealizado, en el que (en ocasiones) no se ha vivido.

En este punto podemos recurrir al análisis de Bauman sobre la modernidad: “Civilización significa esclavitud, guerras, explotación y campos de muerte. También significa higiene médica, elevadas ideas religiosas, arte lleno de belleza y música exquisita. Es un error suponer que la civilización y la crueldad salvaje son una antítesis... En nuestra época, las crueldades, lo mismo que otros muchos aspectos de nuestro mundo, se han administrado de forma mucho más efectiva que anteriormente: no han dejado de existir. Tanto la creación como la destrucción son aspectos inseparables de lo que denominamos civilización” (Rubinstein, 1987 en Bauman, 1997, p. 12).

En relación con el papel de la técnica en la modernidad, Niklas Luhmann señala que la misma constituye una simplificación funcionante; una forma de reducción de la complejidad que se puede producir aunque no se conozcan el mundo y la realidad en los que ocurre que se prueba a si misma (Luhmann, 1997, p. 22). El autor considera que la emancipación de los individuos es un efecto inevitable de este proceso de tecnificación. Es así que Luhmann pone de manifiesto que este concepto de técnica hace posible el proceso de autodescripción de la sociedad moderna, en el que se realiza una autocrítica humanística y ecológica, empleando la técnica como herramienta. Este proceso margina al individuo, y él mismo obtiene una distancia que le permite observar la propia observación, “Ya no sólo se sabe a sí mismo. Ya no sólo se autodenomina con nombre, cuerpo y ubicación social. Su seguridad en todo ello se tambalea. Y a cambio obtiene la posibilidad de una observación de segundo grado. Individuo, en sentido moderno, es quien puede observar si propia observación.” (Luhmann, 1997, p. 23).

Las condiciones de posibilidad de la observación de segundo grado están dadas por la unidad de la distinción entre autorreferencia y referencia ajena. La distinción entre estas dos últimas se produce cuando se describe a la sociedad como un sistema funcionalmente diferenciado: esto es, sistemas diferenciados de su entorno, que se constituyen en autónomos; “Operativamente, tal diferencia se produce por la mera prosecución de sus operaciones propias. Pero estas operaciones sólo pueden ser controladas, calculadas y observadas dentro del sistema si el sistema -cada uno de forma distintiva- dispone de distinción entre autorreferencia y referencia ajena.” (Luhmann, 1997, p. 27).

El dinamismo de la sociedad moderna se vincula, de acuerdo con la visión de Anthony Giddens, con la separación entre espacio y tiempo, el proceso de desanclaje y la apropiación reflexiva. La separación entre espacio y tiempo tiene que ver, de acuerdo al autor, en una primera instancia, con un alejamiento entre la actividad social y su “anclaje” en las particularidades de los contextos de presencia. En segundo lugar esta separación produce en los mecanismos de anclaje el rasgo distintivo de la vida social moderna: la organización racionalizada. Y en tercer lugar, los procesos de historicidad, asociados a la modernidad, dependen de modos de inserción entro del tiempo y el espacio inalcanzables para las civilizaciones anteriores (Giddens, 1993, p. 31).

El proceso de desanclaje tiene que ver con un “despegar” de las relaciones sociales de sus contextos locales de interacción y reestructurarlas en indefinidos intervalos espacio – temporales. Las señales simbólicas y los sistemas expertos forman parte de este proceso.

Por otro lado la apropiación reflexiva del conocimiento tiene que ver con la producción de conocimiento sistemático sobre la vida social, que se hace integral al sistema de reproducción. Para Giddens, “La reflexión de la vida social moderna consiste en el hecho de que las prácticas sociales son examinadas constantemente y reformadas a la luz de nueva información sobre esas mismas prácticas, que de esa manera alteran su carácter constituyente.” (Giddens, 1993, p. 46).

En este tópico se evidencia un punto de tensión entre el pensamiento de Luhmann y el de Giddens. Luhmann considera que la explicación de la modernidad producida por Giddens es incompleta, ya que en la misma “(...) queda pendiente saber qué factores han desencadenado esa separación del espacio y el tiempo. Falta una teoría de la sociedad, siquiera aproximadamente adecuada, que no debería ser moderna en el sentido de que mañana ya sea ayer.” (Luhmann, 1997, p. 20).

Ahora bien, en un contexto de pandemia como el que se está viviendo en 2020, la relación entre presente, pasado y futuro se vuelve compleja. A través de distintos discursos se intenta dar cuenta de un contexto distópico, se lo aborda como una crisis del sistema, que no ha podido dar respuestas ante los problemas sociales, económicos, migratorios, laborales, sanitarios que genera.

La relación entre salud y enfermedad es central en este contexto, en el que también se estigmatiza a quienes contraen la enfermedad por “no cuidarse como es debido”, se difunden rumores sobre quiénes están infectados o las causas de su contagio. Podemos dar cuenta del concepto de estigma de Ervin Goffman (1963/2006) como una marca, un “atributo profundamente desacreditador” (Goffman Op Cit., 13). El autor considera que se pueden distinguir tres tipos de estigmas: Las abominaciones del cuerpo; los defectos del carácter del individuo que se perciben como falta de interés, creencias rígidas, etc.; y los estigmas tribales de raza, nación y religión (Goffman, 1963/2006). El concepto de estigma tiene que ver con las percepciones y la relaciones sociales, lo que en una comunidad es estigmatizado en otra no lo es.

La noción de estigma, nos enseña Goffman, oculta una doble perspectiva, el sujeto que es estigmatizado puede, según su condición, suponer que su calidad de diferente es conocida o evidente (sobre todo si la marca del estigma está inscrita en el cuerpo), o que no es inmediatamente perceptible. En el primer caso se está ante una situación de desacreditado y en el segundo de desacreditable (Goffman, 1963/2006, p. 14). En el segundo caso el sujeto puede ocultar la condición por la cual podría ser objeto de la marca social (por ejemplo ideas políticas o acciones pasadas).

El proceso de construcción de la peligrosidad asociada a la enfermedad pone a los sujetos ante una doble perspectiva, por un lado como posibles víctimas (“todos estamos en riesgo constante”), pero también como peligrosos por poder ser portadores del virus (“con o sin síntomas”). Casi como un enemigo interno, todos somos sospechosos de portar el virus.

Asimismo resulta interesante la construcción de una noción de “nueva normalidad”. El concepto de normalidad se vincula con aquellas acciones o sentidos que, por hacerse costumbre, se vuelven norma para una cierta comunidad o grupo y tienen una cierta historicidad. Lo paradójico de la concepción de nueva normalidad es el intento de imponer, desde los grupos que detentan el poder (especialistas, infectólogos, funcionarios públicos, etc.), una serie de reglas de lo que debería ser una conducta adecuada al nuevo contexto, sin tomar en cuenta cuáles son las características propias de cada comunidad y la concepción, uso y apropiación del espacio que realizan. La imposición de medidas de sana distancia, encierro, higiene personal, socialización, también tienen su reverso de procesos de resistencia (muchas veces de la mano de teorías conspirativas).

El concepto de normalidad articula espacio de la experiencia con horizontes de expectativas, tenemos una noción de normalidad asociada a los conocimientos adquiridos y elaboramos nociones de futuro en base a esto. Aunque esta noción de futuro esté apegada al pasado, a volver a los hábitos anteriores.

Algunas reflexiones finales

A partir de lo expresado anteriormente podemos plantear algunas categorías que nos pueden servir para reflexionar sobre la relación entre presente, pasado y futuro en el proceso de construcción de la memoria y su relación con el concepto de modernidad.

- El análisis de Giddens da cuenta del carácter de la modernidad como un proceso de “doble filo” y de la articulación entre separación entre espacio y tiempo, el proceso de desanclaje y la apropiación reflexiva del conocimiento como fundamentales para dar cuenta del dinamismo de la sociedad moderna. También el autor da cuenta de las contradicciones de la modernidad, aunque no explica qué factores han desencadenado la separación del espacio y el tiempo. En este sentido resulta necesario tener en cuenta también los aportes de Luhmann que iluminan otros aspectos de la problemática planteada.

- Siguiendo la concepción de modernidad que propone Niklas Luhmann, podemos indicar que la misma se identifica, en la dimensión temporal, en la relación de diferencia respecto del pasado. Los sistemas autopoiéticos construyen su identidad, esto es distinguen autorreferencia y referencia ajena, a través de continuos retornos al propio pasado.

- Siguiendo a los autores citados en el trabajo podemos indicar que la obsesión por la memoria y los procesos de rememoración están asociados a una nostalgia por el pasado y una construcción de narrativas a través de las cuales se intenta mitigar la incertidumbre presente y futura, en busca que una estabilidad perdida. Este proceso supone distintos “trabajos de la memoria”, a través de los cuales se construyen sentidos diferenciales sobre el pasado.

- El concepto de estigma de Erving Goffman nos ayuda a reflexionar sobre la construcción de nociones diferenciales de peligrosidad. En el contexto de la pandemia distintos actores sociales son marcados o discriminados en relación con la enfermedad. Salud y enfermedad son nociones que atraviesan este contexto en el que quien está enfermo (o es posible portador) se convierte en una especie de enemigo interno que puede poner en riesgo al resto de la comunidad. Este tipo de argumentos y prácticas refuerzan la violencia y los procesos de deshumanización asociados a ella.

- La noción de modernidad de Reinhart Koselleck, como la articulación entre el espacio de experiencias y el horizonte de expectativas, nos puede servir para reflexionar sobre la relación entre presente, pasado y futuro. El autor plantea que la experiencia es un pasado presente y que las expectativas se dan en el presente, tomando como parámetro nuestro conocimiento previo (o nuestras estructuras). Lo interesante es cuando el horizonte de expectativas está en volver al pasado, a la situación de que se considera de normalidad.

Bibliografía

Bauman, Zygmunt (1997). Modernidad y holocausto. Madrid: Sequitur.


Giddens, Anthony (1993). Consecuencias de la modernidad. Madrid: Alianza.


Goffman, Erving (1963/2006). Estigma. La identidad deteriorada. Buenos Aires: Amorrortu editores.


Jelin, Elizabeth (2002). Los trabajos de la memoria. Madrid: Siglo XXI.


Luhmann, Niklas, (1997). Observaciones de la modernidad. Racionalidad y contingencia en la sociedad moderna. Barcelona: Paidós Studio.


Nora Pierre (1997). “L’ére de la commémoration”, in Nora. Pierre (dir.), Les lieux de mémoire, III, Paris, Quarto-Gallimard, pp. 4687-4719.


Palermo, Vicente (2004). “Entre la memoria y el olvido: represión, guerra y democracia en la Argentina” en Novaro, Marcos y Palermo, Vicente, La historia reciente. Argentina en democracia. Buenos Aires: Edhasa.


Rubenstein, Richard, (1987). “The Cunning of History”. Harper: Nueva York. Págs. 91 - 195.
Todorov, Tzvetan (2000). Los Abusos del a memoria. Barcelona: Paidós.

Traverso, Enzo (2000). El pasado, instrucciones de uso. Historia, memoria, política, Madrid, Marcial Pons.

 

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