
Reflexiones en torno a la bioética
Miguel Ángel Olarte Casas
Estudiante de Escritura creativa y literatura y médico
UCSJ
El valor que hoy día posee la salud es el resultado de un cambio constante que se ha ido transformando a merced de los aspectos económicos y políticos de cada tiempo y región.
Hoy ya nada queda de ese precepto hipocrático que nos obliga a los médicos al buen actuar de la práctica médica, e incluso cada vez se vuelve obsoleto esa frase en el juramento: “Estableceré el régimen de los enfermos de la manera que les sea más provechosa según mis facultades y a mi entender, evitando todo mal y toda injusticia”.
Si bien ese juramento hoy día no es vigente, sí nos recuerda el principio de primum non nocere, entendiendo este como el “no daño” a todos los niveles. Pero ¿qué pasa cuando la vocación debe competir contra un sistema económico y político que no permite que todos reciban una adecuada atención médica?
Claude Bernard ya nos mencionó que “no hay enfermedades, sino enfermos” y debemos entender que la enfermedad va más allá de una simple pérdida de la homeostasis biopsicosicial, un castigo divino o consecuencia de nuestros actos. La realidad es que la enfermedad se vive diferente según el poder adquisitivo que se tenga.
Las circunstancias sociales y económicas deficientes afectan la salud durante la vida. Las personas que están en los estratos sociales más bajos por lo general tienen el doble de riesgo de sufrir enfermedades graves y muerte prematura, [a diferencia de] quienes están en los estratos altos. Entre ambos extremos, los estándares de salud muestran un gradiente social continuo, a tal punto que incluso en el personal administrativo subordinado hay más enfermedades y muerte prematura que en el personal de mayor rango. La mayoría de enfermedades y causas de muerte son más comunes en los estratos más bajos de la sociedad. El gradiente social en la salud refleja desventajas materiales y los efectos de la inseguridad, la ansiedad y la falta de integración social. [1]
En cuanto al acceso a la salud respecta, es triste querer hacer un cambio en esta desigualdad. Desde mi propia experiencia puedo hablar de lo que he presenciado en los dos extremos: por un lado, en la costa de Oaxaca todos aquellos niños desnutridos, adolescentes embarazadas por violaciones, muertes por enfermedades gastrointestinales y así una larga lista de situaciones vergonzosas que doblegan y deprimen a cualquiera. No obstante, a pesar de la falta de apoyo por parte de las autoridades, siempre hay un grupo de personas dispuestos a sacrificar su tiempo, esfuerzo y sueño para dar lo mejor en la práctica médica, en donde se puede carecer de todo excepto de ganas, aunque a veces se ven mermadas por las frustraciones. El otro extremo es laborar ahora en el hospital más caro del país, en el cual se atienden A las personas más ricas de esta nación. Sé muy bien que el miedo y la angustia de padecer una enfermedad, por ejemplo cáncer, no se vive igual cuando se tiene la certeza de que se recibirá de forma oportuna y de excelente calidad una atención médica. Ciertamente no se experimenta la misma sensación cuando ni si quiera hay dinero para comer. O la clase media que no tiene acceso a un sistema de salud pública, y por lo tanto tampoco tiene los recursos necesarios para poder solventar una enfermedad crónica.
Sé muy bien que en este país la atención médica es un derecho y que todos pueden hacer uso de este, pero la realidad es que para poder recibir atención médica en un sistema público a veces se debe esperar entre tres a seis meses… o más, cuando quizá ya sea demasiado tarde y la salud ya no pueda ser restablecida o incluso llegar al extremo más fatídico, la muerte, por no recibir de forma oportuna atención médica.
Aunque el cambio que cada uno realiza en su comunidad y sociedad impacta de forma mínima, la suma de todos estos cambios sin duda tendrá un impacto en el bienestar de la sociedad; sin embargo, esto va más allá de simples buenos deseos o buenas intenciones. Se necesita cambiar desde las estructuras políticas y económicas de esta nación.
La buena salud incluye reducir los niveles de fracaso educativo, la cantidad de inseguridad laboral y el grado de diferencias en ingresos en la sociedad. Debemos asegurar que menos personas caigan en desventaja y que éstas sean menos graves. Las políticas para la educación, el empleo y la vivienda afectan los estándares de salud. Las sociedades que hacen posible que sus ciudadanos desempeñen un papel pleno y útil en la vida social, económica y cultural de su sociedad, serán más saludables que aquellas donde las personas enfrentan inseguridad, exclusión y pobreza absoluta (OMS 2003).
Sé cuál es mi trabajo en esta sociedad para aportar algo y ayudar en el proceso de mejora, pero toca “a los de arriba” solucionar esas desigualdades que son determinantes en el mantenimiento o restablecimiento de la salud, por ello también nos corresponde exigir políticas que mejoren esto y salir de nuestro estado de apatía e indiferencia que nos tiene así, para pensar en el otro que también son nosotros.
[1] “Social Determinants of Health. The Solid Facts” (OMS, 2003). Traducción al castellano de Roberto Páramo Gómez del Campo